sábado, 13 de agosto de 2005

LEE ANTES DE SEGUIR.

Lector apacible y bucólico, sobrio e inocente hombre de bien, arroja esta pagina al abismo orgásmico y melancólico.
Si no has estudiado tu retórica con Satán, el asunto decano, ¡arrójalo! No comprenderás nada de él, o me creerás histérico.
Pero si, sin dejarte hechizar, tu pupila sabe sumergirse en los abismos, léeme, para aprender a amarme; alma curiosa que sufres y andas en busca de tu paraíso ¡Compadéceme! Sino, ¡yo te maldigo!

PERVERSIÓN.

Un perverso es aquel que intenta ver bañándose a su hermana, fantasea con el sexo oral o gusta de ver películas de atropellados y mutilados. Parecen ejemplos de los que cualquiera se puede librar fácilmente. Pero si perversión implica algo patológico, enfermo, no natural o malvado; con respecto a la sexualidad; Todos en un momento estaremos o hemos estado del lado que perturba los hábitos con malas doctrinas y ejemplos; adoptamos vicios o viciamos a los demás. Incluso tendremos algo depravado que contar, ante esto, es regular llegar a la idea de las parafelias y los clichés que se crean con estos, aunque no nada más es un asunto de genitales, también el amor se enferma y se mezcla con otros sentimientos.

Algunos perversos tienen mucha trascendencia gracias a sus escritos. Han afectado el sueño de muchas generaciones y los perturbados se arrojan a sus textos, esperando tocar algo más que letras. Este aspecto poético rivaliza en el escándalo que produce en la gente cuando se compara con el análisis del estado y el poder, pues el pragmatismo institucional no siempre esta libre de dolo. No se trata sólo de látigos fustigantes, es igualmente sobre el morbo de ver a dos perros fornicar, aceptar una infidelidad conyugal, dominar y hacer daño, de sentir el ahogo ajeno y gozar. De un modo u otro, lo perverso necesita más de una persona, es un asunto social, cultural, psicológico y espiritual. Entre la virtud y el vicio, el bien y el mal; hay un estrecho camino; mientras uno lo cruza puede ser el victimario y deleitarte por un instante y también ser la victima y sufrir por mucho tiempo. Mas de uno tiene algo obsceno que decir, a veces sobre el placer y otros sobre el dolor; aunque no lo cuente hay que tener cuidado al juzgar, pues todos estamos más o menos enfermos...

EL RELOJ

Cuando Carmela bajó del minibús pudo respirar más tranquila el aire fresco de la noche, pues en realidad era estresante tener que viajar todos los días con el temor de ser víctima de un asalto. Si no fuera por el buen trabajo que consiguió, ella está segura de que no se arriesgaría a caminar sola a esta hora de la madrugada.

Carmen siguió caminando una cuadra más y difícilmente oía el zumbar de los autos que comenzaban a pasar de vez en cuando sobre la avenida. Miró el reloj y se dio cuenta de que ya era más tarde de lo habitual y posiblemente sus hijos ya se encontrarían preocupados por su tardanza. Cuando dobló en la esquina se paró por un instante mirando hacia la calle que estaba tan oscura y parecía la boca de un gran lobo que se encontraba ansioso, esperando su llegada para saciar su hambre. Carmen aún no se explicaba cómo las autoridades no se hacían responsables por la falta de luz en las calles, pues los únicos faroles que servían eran los dos que se encontraban iniciando la callejuela. Claro está que esta calle era larga, aproximadamente tres cuadras de tamaño normal, aunque más o menos a la mitad. Las vías del ferrocarril partían en dos la larga calle, para la mujer esto le daba un aspecto más tenebroso al lugar.

Carmen era una mujer delgada, de pelo corto, con ojos camaleónicos y de boca chica, a pesar de sus cuarenta y dos años aún se podían percibir las huellas de una hermosa mujer. Había tenido la suerte de encontrar un trabajo en un restaurante que en realidad era muy bien pagado, pero el único inconveniente era su salida en la madrugada, con lo cual descuidaba a sus hijos que disfrutaban de la plena adolescencia y además, ponía en riesgo su integridad física.

Después de un largo suspiro, Carmen comenzó a caminar. El andar se hacía cada día más obligado para la pobre mujer. Así iba, con paso vacilante y voz baja, de hecho era un susurro con el que iba rezando a la Virgen de Guadalupe y al Sagrado Corazón de Jesús, con el fin de que le permitieran llegar con bien a su casa.

Conforme se fue adentrando a la calle sus pupilas se fueron adecuando a la oscuridad y su nariz le comenzó a picar por el fuerte olor que le llegaba, ella no sabía a ciencia cierta lo que era, pero en otras ocasiones ya lo había percibido.

Carmen comenzó a resentir el frío de la madrugada y, cuando asomó al reloj para ver la hora, su caminar y la falta de luz se lo impidieron, pero no importaba pues ella estaba segura de que ya se le había hecho tarde. De pronto, fue arrancada de sus pensamientos cuando escuchó un ruido detrás de ella, de momento apresuró el paso, pero la curiosidad la hizo voltear. Con dificultad pudo ver la silueta de un hombre alto y delgado, que a unos cuantos metros de ella se tambaleaba y al parecer venía fumando. Carmen volvió a apresurar el paso y agarró con fuerza su bolso. La mujer sabía que si cruzaba las vías, al otro lado se encontraría con Don Chucho, que a esa hora aún limpiaba el rezago de sus tacos.

El olor que percibió minutos antes se hizo más intenso y la respiración del hombre la sintió calándole la espalda, ya no soportó más y cuando se disponía a correr una bolsa de tela le cubrió la cabeza, en ese momento quiso gritar y lo único que logró fue que la bolsa le cubriera hasta la parte superior de la boca, dejando libre su mandíbula inferior. Carmen sintió claramente como el hombre amarraba con tal fuerza la bolsa que lastimaba brutalmente las comisuras de sus labios. Ella trató de quitársela de su cabeza con esfuerzos inútiles y pataleos, pero un golpe en el costado la hizo caer al piso, sin aire en los pulmones.

La mujer de pronto sintió como era arrastrada cruelmente por el asfalto y si no se hubiera agarrado de las manos de su opresor, que la jalaba de la bolsa, ella estaba segura que le hubiera arrancado la mandíbula. La mujer pudo sentir la tierra y la humedad de la hierba crecida, con esto tobo la idea de que se encontraba en las vías. Con esfuerzos se quiso levantar, pero una patada en el vientre hizo que se doblara del dolor mientras sentía como era arrastrada hacia adentro de las vías, hacia donde estaban los ferrocarriles.

Cuando por fin se detuvo, Carmen sintió un liquido caliente que recorría hábilmente entre sus piernas, era sangre, producto de la arrastrada por el asfalto. La mujer ya no tuvo más tiempo para pensar, pues de repente sintió unas cachetadas, después unos golpes en la parte del estómago. Regresaron los golpes en la cara y su cabeza fue levantada y azotada unas dos o tres veces en la tierra firme.

La mujer ya estaba rendida, ya no tenía fuerza para gritar y el dolor la consumía. De pronto, sintió un fuerte tirón, con el cual fue despojada de su blusa; después unas manos nerviosas comenzaron a acariciarla y percibió el olor de un aliento fétido encima de ella. El hombre comenzó a besar sus pechos, luego subió al cuello u empezó a lamerle; su saliva era viscosa y su aliento comenzaba a penetrarle hasta el cerebro, donde posiblemente se llenaba de repugnancia. Carmen quiso resistirse, pero otros golpes la hicieron quedar agotada, sin aliento para oponerse. Después de que el hombre le arrancó la falda ella sintió algo con filo, podía estar segura de que era una navaja, con la que el hombre abrió su pantaleta, mientras las medias ya habían sido destrozadas; hizo lo mismo con el sostén. La mujer sólo lloraba mientras aquel hombre la besaba y lamía, dejando su saliva babosa por todo su cuerpo. Sería por demás hablar de cuando la penetró, pues debió de ser la peor repugnancia que ella hubiera conocido; además ese olor jamás lo olvidará. Entre sollozos sintió que el hombre se derrumbaba encima de ella, había terminado su cometido. Carmen sentía sus lágrimas mezclándose con la sangre de su cara, que de seguro la tendría destrozada. De pronto, sintió las manos del hombre presionar su cuello, ella quiso apartarlas desesperadamente y es que no podía ser posible que esto le estuviera pasando a ella; sin fuerza comenzó a sentir que el aire le faltaba y un mareo inundó todo su ser mientras que su vista comenzó a nublarse, después dejo de respirar.

Alberto quitó sus manos hasta que dejó de percibir vida en el cuerpo, después se levantó mientras sus ojos vidriosos veían a su víctima. Con su mano diestra se limpió los labios, dejando residuos de baba en las comisuras. Desesperadamente buscó un cigarro y, mientras disfrutaba de la marihuana, observó el reloj que se había desprendido de la mano de Carmen, lo levantó torpemente y se acercó a quitarle la bolsa de la cabeza a la mujer. Se puso al pie del cuerpo y con su mirada perdida parecía que contemplaba su obra. Después, Alberto se arrodilló y abrazó el cuerpo de su madre.

lunes, 8 de agosto de 2005

NOSFERATU

Es el tiempo, la hora.
Ha de repetirse el eco de nuestros pasos en cada escalón y en cada uno de los muros, lo mismo nuestras sombras; ampliadas quizás por el temor que sientes de estar envuelta en este manto de noche; conmigo. Sin embargo no deberías temer, en muchas cosas somos iguales.
También yo te temo. También yo te sueño.
A mi también me gusta la lluvia, me trae recuerdos.
Dicen que llueve porque alguien te quiere; es agradable pensar en ello. Suponer que alguien habrá de extrañarte apenas te llenes de ese aroma que deja la muerte; impregnando de él toda tu alcoba, tu cama, tu miedo; tu camisón.
Lo siento. No era mi intención asustarte. Se trataba sólo de hacer conversación, demostrarte que no somos tan distintos; que respiramos el mismo aire que mueve las cortinas, que nuestra sangre es vino lo mismo que la del creador; que ambos aborrecemos la luz porque esta sólo nos muestra los defectos de la gente a la que queremos.
¿opinas distinto?, anda, dilo; piensas que soy un monstruo porque me sientes detrás de ti sin ver mi reflejo, porque volteas y ya no me encuentras; porque mi sombra se escabulle entre tus pensamientos. No temas; tus secretos están a salvo conmigo.
Está bien que no creas en mí, en cierta forma te lo agradezco.
No, no falta usar antifaces aquí. Tampoco sirve de nada creer en mitos.
De nada puede servirte una cruz si no crees en ella.
Créeme, yo tengo una que nunca hace caso; no, no es que sea muy devoto, o quizás si; le tengo devoción a tus ojos. No los cierres, no te escondas en un suspiro. Deja calmar el temblor de tus labios; eso quita los dedos y déjalos hacer lo que saben; entrégate toda.
No tengas reservas de lo que eres y lo que soy, eso ya no importa.
Anda; ven, acuéstate. Puedes prescindir de las sábanas y los edredones; no harán falta. El frío lo podrás controlar con el pensamiento; también al viento, a los lobos, a las ratas. Oh, olvidé tu aversión por los roedores. No importa habrás de ver lo buenos que son como sirvientes, la lealtad que te tienen mientras duermes, lo cariñosos que son.
Eso, deja a los dedos sentir los trazos que hay en la tela. Siente la piel que se dilata en tu pecho, el rostro que sonrojas, el latir de tu corazón. Tienes que recordar que la sangre es vida y la vida lo es todo. Eso, aférrate a ella. Respira.
Drena tu pasión por heridas gemelas.
Abrázame.
Créeme que nada he visto más hermoso que tu rostro, que nada es más grato que esa expresión de labios entre abiertos. Me dejarás robarte un beso; recorrer de una caricia tu cuerpo, enredarme en tus piernas. Sentir como respondes a mi cariño. Te quiero.
Por supuesto sabes lo que eso significa.
Sin embargo has arrancado la cruz de tu cuello, has cambiado.
Te paseas de noche por el castillo mirando a ningún lado, duermes de día; a tu nana la has obligado a tener las cortinas cerradas, a vestirte de negro. Ave maría, mi niña, la señal de la cruz en su pecho, pasó el muerto. –sonríes-
Pero tu sonrisa ya no es inmaculada; tampoco tu rostro, tampoco tus piernas, tampoco tu sangre. Has estado bebiendo del láudano. Has estado jodiendo con los gitanos. ¿qué pasó?,¿por qué no eres más ese ángel que eras?, ¿qué te hice por dios?, por el mismo dios que nos ha condenado, maldita sea mi sangre y maldita mi especie.
Ríes. Risa de puta.
Abres las piernas para ofrecerme consuelo.
Pero que consuelo puedes darme.
--¿ya no me quieres?
Los colmillos azuzados más allá de los labios.
Los párpados exangües de desvelo.
--No, ya no te quiero.
--Pues entonces mátame.
--No puedo, eres inmortal... eres hija mía y de la noche.
--Soy la puta del diablo.
--Eres lo que quieres ser.
--Te odio
--Y yo te amo.
Luego son tablas. Ni tu ni yo.
Ninguno de los dos habrá de sobrevivir al otro.
--Me gustabas más antes, antes de esta hambre y de la lujuria. Cuando sólo venías en sueños y no te atrevías a hacerme el amor, cuando te temblaban los dedos antes de acariciarme. ¡Demonio!, ¡Nosferatu!
--Eso soy.

PATY

En un lugar me encontraba.
Caminando seguía por el camino,
hasta un bosque llegué,
en ese tiempo llorando,
me encontré con una dama,
su camino seguí,
me guió con su luz,
la seguí,
la seguiré,
la tendré,
por siempre,
para siempre,
la amaré.