martes, 30 de mayo de 2006

RELIGIOSO YO?

* “¡Que coincidencia!” Se dirá. ¡Mucho más! Todas las veces que he contado esta historia he sido castigado.

Desearía volver a ser religioso, pero no puedo, porque exijo un milagro. Sin embargo, estuve muy cerca de ello hace unos días. Se preparaba una tempestad; las nubes se acumulaban; los cipreses agitaban amenazadoramente sus cabezas, obstinándose en hacerme reverencias. Los palomos se acoplaban sobre una cruz de piedra; los muertos exhalaban hedores de azufre y los miasmas dejaban sabor a cobre.

Las nubes, horizontales al comienzo, imitando al León de Belfort, se irguieron de pronto como un animal sobre sus patas traseras y se pusieron verticales. Jamás las había visto así, a no ser en las pinturas sobre el Juicio Univeral. Ahora las negras figuras difuminan sus líneas y el cielo toma la forma de las tablas de Moisés, inmensas pero bien dibujadas. Y sobre esta pizarra gris-metálico el relámpago, rasgando el firmamento, traza una rúbrica clara, legible: Yahvé, es decir: ¡El Dios de la venganza!

La presión atmosférica me hizo doblar las rodillas; pero al no escuchar más voz celestial que el estruendo del trueno, tomé el camino de regreso hacia mi casa.

Leo en la Biblia los Salmos en los que David clama para que la venganza del Eterno caiga sobre sus enemigos.

¿Y los salmos de la penitencia? No, no tengo derecho a arrepentirme, pues no soy yo quien ha dirigido mi destino; jamás he devuelto el mal por el mal, sólo lo he hecho para defender mi persona. Arrepentirse es criticar a la providencia, que nos inflinge el pecado como un sufrimiento con el fin de purificarnos con la repulsión que la mala acción inspira.

Mi arreglo de cuentas con la vida es éste: ¡A cada palo su vela! Si he pecado, he sufrido suficientemente el castigo ¡Palabra! ¡Sin duda alguna! ¿Temor al infierno? He atravesado sin tropiezos los mil infiernos de esta tierra y ello ha suscitado en mí el ardiente deseo de abandonar las vanidades y los falsos goces de este mundo, que siempre he detestado. Nacido con la nostalgia del cielo, ya de muy niño lloraba por la suciedad de la existencia, sintiéndome extranjero y desplazado junto a mi familia y la sociedad.

Desde mi infancia he buscado a Dios y he hallado al demonio. En mi juventud llevé la cruz de Cristo y renegué de un Dios que se contenta dominando a unos esclavos humildes ante sus verdugos.