martes, 28 de diciembre de 2004

SÉ QUE ESTAS AHÍ

Escribo porque no tengo, como nunca tuve, alguien a quien poder confiar mi pena. Es cierto que me he sentido solo, pero nunca como ahora. Cuando ví en tus ojos el terror, mezclado con la ira y el desprecio, me sentí morir, porque el ser que amaba no me comprendía. No puede haber tormento más terrible que éste. Yo creí que había leído en mi corazón... qué equivocado estaba. Y yo, que si podría con facilidad espiar en sus pensamientos más secretos, no me atrevo. No quiero imaginarme siquiera lo que piensa ella de mí. Sería muy doloroso conocer todo su desprecio.

Asqueado de mí mismo a pesar de ser, de algún modo, inocente, vago por las negras calles. Ha llovido y todo está pegajoso, sucio. Ahora mismo estoy sentado en uno de los bancos de la plaza matriz, de frente a la vieja iglesia. ¿Qué misterios encierra el templo, que nunca me serán revelados? Estoy atrapado en esta vida que no es vida, pero que no es muerte, y tú sabes que es un infierno que no merezco. ¿Por qué, entonces, me haces sufrir? Yo sólo quería hallar la verdad, y no hallé más que desolación. ¡Y te había entregado mi vida!... pero poco sería, ya que no me salvaste de la fatalidad. ¿Era éste tu plan? Sabes, si estás ahí, que he pasado siglos intentando comprenderte, y sabes, también, que no lo logro.

Callas, como siempre, pero sé, estoy seguro, que estas ahí. Callando.

La niebla envuelve la fuente, los árboles, los edificios viejos, que nunca son lo suficientemente viejos, pero que igual me sirven para recordar la vieja Europa, y el tiempo en que la fatalidad no había caído sobre mí.

La niebla envuelve los faroles, ahoga la luz. Esta noche la luna se oculta tras los nubarrones. Esta noche no hay más que niebla, oscuridad y niebla.

La niebla me envuelve... Quisiera ser simple niebla, disolverme, desaparecer, pero no puedo; no soy niebla, pero la niebla me inunda el alma.